Una ética que surge ante el inminente colapso del mundo

Una ética que surge ante el inminente colapso del mundo

Por Lucio Usobiaga

Decir que se abren oportunidades, una vez que se hace conciencia sobre la situación actual del mundo, no significa soslayar el sufrimiento y los problemas que esta situación presenta para muchas personas. Lo que quiero afirmar aquí, es que es el momento oportuno para despertar. ¿A qué crisis me refiero? A la crisis ecológica y a sus raíces en ciertos modos de sentir, actuar y pensar, ligados a un cierto modo de vida basado en el status, la acumulación material y el comfort.
No es mi intención ofrecer evidencia respecto a la crisis; para ello hay que escuchar a expertos del clima, de la ecología y de la economía así como entender que todos, aunque unos de manera mucho más grave que otros, ya estamos viviendo las consecuencias del cambio climático y de la excesiva extracción de materiales, la cual provoca el deterioro de entornos, causa migraciones masivas y la disrupción de modos enteros de vidas.
Escuchar a las comunidades indígenas y campesinas, custodios de las tierras donde se concentra la mayor riqueza de vida en el planeta, es vital. Su íntima relación con el mundo vivo y los procesos naturales hace que vivan estos cambios de manera marcada. A mi en lo personal, me ayudó mucho leer un libro titulado Less is More, escrito por Jason Hickel. Se los recomiendo. Debemos saber que la causa de la crisis ecológica, la causa última, es humana. Lo más injusto de la situación es que no todos contribuimos de la misma manera y que quienes menos contribuyen, son casi siempre los más afectados y vulnerables. Básicamente, podemos decir que a mayor riqueza material, mayor impacto ecológico en sentido negativo se tiene. Y si bien, no es justo poner todo el peso de la responsabilidad en los individuos, sabiendo que los gobiernos y corporaciones tienen un mayor peso en la decisiones de impacto a nivel global, justamente lo que queremos tratar aquí es el hecho de que, como personas, no debemos concebirnos como meros consumidores pasivos, desprovistos de capacidad de actuar y de pensar un mundo diferente, más rico y libre para todos.
¿Qué tiene todo esto que ver con arca tierra? La alimentación, quizás, sea el modo más básico de consumo que, además, conlleva una relación con seres vivos y sus entornos. ¿Por qué seguir la tendencia actual de producción industrial de alimentos y de una alimentación basada en productos ultra-procesados y llenos de químicos si, además de enfermarnos, están destruyendo modos de vida, tradiciones culturales y ecosistemas enteros? Por otro lado, si nuestro alimento proviene de agricultores campesinos que cuidan del suelo, del agua y de la tierra, entonces, no solamente estamos cuidando al medio ambiente, también estamos cuidando nuestra salud.
Arca tierra surge de la realización de la importancia de los y las agricultoras campesinas. Su importancia va más allá de temas de ecología y alimentación, ya que nos muestran el valor de la generosidad y la contención como valores “intangibles”. Los agricultores campesinos trabajan con los procesos de vida. Saben que dependen de las lluvias, del sol y de la vida y salud del suelo. La agricultura nos enseña a respetar los ciclos y temporadas, nos aterriza. Se le da valor a la espera, a la paciencia, a la observación y al asombro. Y una vez que se cosecha, hay fiesta. De este modo nuestros deseos corren a la par con lo que nos ofrece la naturaleza.
En un mundo desquiciado por el consumo, los valores campesinos son un fuerte antídoto. Dicho con otras palabras, el modo campesino funciona como contención y reserva, como respeto y asombro ante la vida. ¿Qué pasaría si el modelo a seguir, en lugar de ser una persona exitosa económicamente y rica en bienes materiales, lo fuera un agricultor campesino? Entonces, podríamos decir con seguridad que la vida es más importante que el dinero. Y tal vez así nos podremos alejar del precipicio que se acerca, sin que sepamos realmente que estamos corriendo directamente en su dirección.
Opté hace varios años por la vía campesina. Encontré mi vocación. Viniendo de un entorno completamente urbano y de una familia sin vínculos a la agricultura, me resulta todavía sorprendente dedicarme a lo que me dedico. Por otro lado, me llena de sentido. Por supuesto hay otras vías, miles de maneras de buscar una vida más significativa que vaya más en armonía con nuestros semejantes y con el resto del mundo vivo. Y no es que me haya vuelto campesino, imposible, ya que sólo se es campesino por nacimiento. Más bien, al darme cuenta de la importancia de la producción de alimentos y la alimentación, de cómo toca casi todas las áreas de nuestras vidas, economía, salud, cultura, ecología, etc, me sentí poderosamente atraído a la agricultura campesina.
En mi opinión, lo importante aquí a resaltar es que, por un lado, vivimos en un tiempo propicio para replantear lo que podemos y queremos ser y hacer. Pero para dar este paso debemos infundir nuestra vida con un sentido distinto a aquel dictado por el camino que nos trazaron. Es decir, tenemos que emocionarnos, creer que es posible lo imposible, llevar un “mantra” que pueda reemplazar lo “normal” por lo que sentimos como lo más prudente. Por eso hablo de vocación.
Un ejemplo: más allá de las muchas opiniones que podamos tener sobre el veganismo, podemos ver y entender que la decisión de ser vegano no se sostiene solamente a nivel intelectual; conlleva un cambio de convicciones, un modo de vida distinto. Podríamos decir, sin exagerar, que es casi una conversión religiosa. Gran parte de tu vida queda marcada por esa decisión. Implica también un “distinguirse”, formar parte de un grupo de personas y por ende desligarse de muchos modos de pensar y de actuar. Dicho con otras palabras, con este tipo de decisiones construimos nuestra identidad, muchas veces llenando de sentido nuestras vidas, ya que nos da un propósito, una misión, nos hace formar parte de algo que activamente decidimos. Y muy importante, nos hace sentir como personas libres y empáticas que tienen la capacidad de decir no a aquello con lo que no se comulga, con lo que no se está de acuerdo.
¿Realmente se necesita de una conversión? Tal vez suene exagerado mi tono, ya sea porque la situación no parece ser tan grave (porque seguramente habrá una solución tecnológica o surgirá un gobierno que atienda de verdad los desafíos, o quizás, mañana, las empresas multinacionales y los grandes fondos hagan dinero salvando el mundo), o que realmente el camino no es tan difícil, y que la conversión es más bien una toma de decisión que se puede hacer de un día para otro. Me limito a hablar de mi experiencia.
Y aún si existiera esa solución tecnológica o financiera, ¿no vemos que la situación nos presenta una oportunidad de transformación hacia una forma de relacionarnos los unos con los otros y con los seres vivos del planeta más justa y significativa? ¿no nos damos cuenta de que los gritos de la naturaleza son también los gritos de los más oprimidos? Es momento de meter freno de mano; reflexionar, permitirnos sentir y maravillarnos frente al hecho de estar en el mundo, percatarnos de que cada ser vivo busca su realización y su felicidad, realizar que como personas le damos sentido a un mundo que lejos de estar determinado en su devenir histórico y natural, es afectado por nuestro modo de sentir, pensar y actuar.
La experiencia que más me marcó en este sentido fue un curso que tomé en uno de mis lugares favoritos: Las Cañadas de Bosque de Niebla en Huatusco, Veracruz. Más allá de ser la meca de la permacultura y de la agroecología en el país, Las Cañadas, como modelo social, representan un rescate de una vida sencilla rural al mismo tiempo que practican día a día un ejemplo que nos da orientación con miras al futuro. Fue ahí donde me percaté lo que implica tener alimentos en nuestras mesas, material de construcción para nuestras casas. En suma, cómo es que con gran esfuerzo obtenemos del mundo natural lo que necesitamos para vivir. Y cómo, si no regresamos lo que tomamos de vuelta al entorno, en forma de ciclos de nutrientes y materia orgánica, hay desequilibrio, pérdida de biodiversidad y al final riesgo de muerte.
Me impactaron dos cosas: una, el fino balance de los ecosistemas, aún más si son habitados por humanos y dos, el gran trabajo de la gente que se dedica al campo. Las Cañadas responde a ambos temas con singular compromiso, responsabilidad y eficacia: la parte laboral y social es organizada por medio de una cooperativa cuya tarea, que no es la única, es justamente atender los módulos productivos poniendo especial atención no sólo en regresarle a la tierra lo que se toma de ella, sino también en regenerarla, hacerla más rica, más biodiversa y bella. Para mí, llegar a Las Cañadas fue una revelación. Me enteré, por ejemplo, de absurdos, como aquel que es utilizar agua limpia para deshacerse de mierda y orina, que antes fueron alimentos y bebidas, e incluso, antes fueron plantas o animales que dependen de un medio ambiente en equilibrio. Me di cuenta que mi modo de vida es posible a costa de, por decirlo suavemente, un impacto negativo sobre el planeta. Una de nuestras tareas más importantes debe estar en reducir este impacto en la medida de lo posible y entender que todos nuestros actos de consumo, todos, tienen un impacto, casi siempre negativo sobre el medio ambiente.
Cabe aquí hacer un paréntesis para enfatizar que estoy muy lejos de llevar una vida acorde con los límites planetarios, que todavía me falta mucho camino por recorrer para ir reemplazando “placeres y comodidades” que no van en esa dirección -sigo sin usar baños secos, por ejemplo. Igualmente, debo decir que me preocupa darme cuenta de todo lo que he tenido que pasar para llegar a estas conclusiones, o más bien a estas directivas. Pienso que fue hasta que tuve 26 años que empecé a estar expuesto a estas experiencias e ideas. ¿Qué tanto habría que replantear la educación convencional, los modelos pedagógicos y modelos de vida que nos enseñan desde pequeños, las profesiones que pensamos elegir, que en general están orientadas hacia hacer dinero? Mi respuesta es mucho. Demasiado.
Quizás debemos re-evaluar, revalorar nuestra formación. Pienso, además, que llevar una vida más sencilla, si bien implica hacer ciertos sacrificios, cierta reserva y contención de nuestros deseos, no quiere decir que sea una vida más difícil o menos gratificante. Un poco en sintonía con el mantra que mencioné anteriormente, esta conversión lleva a un crecimiento espiritual, que a diferencia de lo material, no tiene un límite. Creo sinceramente que en lugar de estar pensando en que alguien va a salvar al mundo, sea una tecnología o un gobierno, se nos está presentando una oportunidad para dar un salto como humanidad hacia algo al mismo tiempo más terrenal y más espiritual de lo que estamos habituados: una ética que incluye a todos los seres vivos del planeta y una vocación del ser humano ya no como destructor y opresor sino de custodio de este planeta para ayudar a llevar la vida a su mayor florecimiento. Expresado de manera muy simplificada: o evolucionamos éticamente o llevamos al planeta hacia una nueva extinción masiva. Ambas tendencias están ocurriendo simultáneamente.
Me rehúso a pensar que somos autómatas programados para buscar placer, comfort y status sin reparar en las consecuencias o en el vacío de sentido que esa vida conlleva. Me parece que estamos inmersos en un profundo nihilismo, ya que no creemos en valores absolutos o instituciones a las cuales les tengamos plena confianza. Es en este sentido que interpreto la frase de Nietzsche “Dios ha muerto”. Queremos pensar que la ciencia tiene la última palabra pero sus formulaciones muchas veces son abstractas y no nos interpelan a nivel emocional y vivencial. La ciencia natural tiene una perspectiva muy valiosa sobre el mundo natural, pero no es la única. El nihilismo (la pérdida de sentido y de valores que guíen nuestras vidas) se convierte entonces en un hedonismo o una búsqueda de placer y comodidad rechazando o no viendo que la vida tiene mucho más que ofrecer. Saturados de trabajo encontramos consuelo en las distracciones del fin de semana o de las vacaciones, encontramos sosiego momentáneo en querer “ser más teniendo más”. Al final no se trata tanto de qué sea eso que adquirimos, sino más bien en aquello que sentimos de nosotros mismos al adquirirlo, siempre tomando en cuenta qué piensan los demás sobre mí. La acumulación material como fin último (sé que es algo trillado decirlo) va con un vacío espiritual, cuando simplemente podríamos asombrarnos de que somos y estamos en un mundo lleno de maravillas. Claramente, el modo consumista en la era del antropoceno lleva la delantera. Pero no es el único.
Antes de finalizar, les comento que frecuentemente escucho de gente cercana, que en arca tierra deberíamos ofrecer la posibilidad de escoger qué viene en tu canasta, porque así tendríamos más clientes y el proyecto sería más rentable. Es muy probable que esto sea cierto. Sin embargo, no hay nada en arca tierra que represente mejor el espíritu del proyecto que las canastas. Es el esquema que más se adecúa a los tiempos del agricultor y a las temporadas y ciclos naturales. Evita desperdicio de cosechas y que se traigan cosas de lejos o de agricultores que no conozcamos. Además, nos “obliga” a disfrutar de cada vegetal cuando viene en la canasta, porque es su temporada de estar, y a esperar con ilusión cuando todavía no está disponible. Nos invita a ir más allá del mero acto de recibir y consumir, porque nos interpela para pensar un poco sobre qué hay detrás de esa canasta: quién lo produce, quién lo cosecha, cómo y dónde. A través de las canastas, queremos contagiar la sensibilidad campesina frente a los ciclos de vida y el regocijo que aportan las cosechas cuando son productos que vienen de un entorno vivo y cuidado; responsable con la Tierra.
Al final, arca tierra se propone ser un proyecto modelo, un faro entre otros, que vayan señalando el camino hacia una mejor alimentación que tenga como resultado la valoración de los y las agricultoras campesinas, quienes sabemos son Guardianes de la Tierra. Quizás apenas empecemos a ver las fracturas de este sistema socio-económico. Esperamos que una vez que esas fracturas se vuelvan grietas haya mayor interés en proyectos como arca tierra. Porque una vez que se rompa esto, vamos a necesitar tener modelos en pie que puedan servir masivamente.